Intolerancia a la lactosa

La lactosa es un azúcar presente en la leche materna de todas las especies de mamíferos y está formada por la unión de dos azúcares más sencillos (galactosa y glucosa). La proteína específica (enzima) que rompe la lactosa, para que así sus dos azúcares sean fácilmente absorbibles a través de la pared intestinal, se denomina lactasa.

La intolerancia a la lactosa se produce por la incapacidad de digerir dicho azúcar de la leche, debido a la insuficiencia o ausencia de la enzima lactasa, en el intestino delgado. Sin lactasa, la lactosa de la leche permanece intacta y no es absorbida. La flora intestinal del intestino grueso se aprovecha de esta lactosa y comienza a metabolizarla, produciendo cantidades elevadas de gas en el proceso, y provocando todos los síntomas característicos de esta patología: dolor, cólico abdominal, meteorismo, diarrea…, que aparecen entre minutos y horas después de la ingesta de la lactosa.

La intolerancia a la lactosa es bastante frecuente entre la población adulta, aunque depende del origen étnico; así por ejemplo, entre los europeos el porcentaje de individuos intolerantes es mucho menor que en el caso de los asiáticos, árabes y africanos.

Durante la lactancia, la lactosa proporciona una fuente de energía excelente para un crecimiento y desarrollo rápido, pero tras el destete, la actividad del gen de la lactasa disminuye drásticamente en todas las especies de mamíferos. Por tanto, el estado normal de una persona adulta, debería ser el de intolerante a la lactosa, como en el resto de los mamíferos. Sin embargo, ciertos cambios en el gen de la lactasa, han permitido a algunas poblaciones humanas, continuar produciendo lactasa a lo largo de sus vidas.

El factor que determinó dicho cambio genético fue la aparición de la ganadería (hace unos 10.000 años). Aquellas poblaciones que han sido tradicionalmente ganaderas, alimentadas generación tras generación con leche de animales, presentan menos casos de intolerancia a la lactosa que otros pueblos no acostumbrados a su consumo.

La lactosa está presente en los productos lácteos convencionales y es utilizada también como aditivo alimentario por su textura, sabor y cualidades adhesivas.

Aparece en la etiqueta del producto como lactosuero, suero, sólidos de leche… Podemos encontrar lactosa en alimentos tales como: carne procesada, salchichas, patés, margarinas, pan de molde, cereales para el desayuno, comidas preparadas, barritas energéticas, suplementos de proteína…, e incluso en medicamentos.

En lo que respecta al tratamiento nutricional, las personas intolerantes a la lactosa necesitan asesoramiento especial. Es conveniente conocer el nivel individual de tolerancia a la lactosa, ya que es mucho más frecuente la deficiencia de lactasa intestinal que su ausencia total.

En general, se tolera mejor la lactosa si se acompaña de otros alimentos, por lo que se debe aconsejar a estos pacientes que no consuman leche sola. La adición de alimentos sólidos o fibra, actúan sobre el vaciado gástrico haciéndolo más lento y dando más tiempo de acción a la lactasa intestinal.

También es interesante el consumo de yogures, ya que en el proceso natural de fermentación de la leche, parte de la lactosa se trasforma en ácido láctico, al mismo tiempo que las bacterias lácticas utilizadas pueden producir lactasa.

Por ello, los lácteos como el queso curado o semicurado, el yogur y otras leches fermentadas, pueden ser mejor toleradas por las personas intolerantes a la lactosa. Además la industria láctea, ha creado productos de calidad, bajos en lactosa o libres de la misma, como otra alternativa para que estas personas puedan disfrutar de dichos productos.

Paula Lang

Dra. C. Químicas

Experta en Nutrición y Dietética